La noticia de su muerte fue confirmado por familiares, así como por instancias culturales de todo el país.
Las carencias lo persiguieron los primeros años universitarios. Vivió un tiempo en un cuarto de azotea y lavaba carros de los profesores por comida o dinero. Obtuvo una de las becas estudiantiles, pero no mitigó la escasez, así que se las ingenió, como todo estudiante de bajos recursos, para engañar el hambre. Siendo un sobresaliente alumno, uno de sus maestros lo aceptó en su taller como asistente.
Soid Pastrana aceptó que la fama y el dinero le llegaron no de golpe, pero sí lo agarraron desprevenido, ingenuo e impulsivo. Lo que nadie le pudo cuestionar es ser producto del esfuerzo y el trabajo. Que en algún momento perdió el piso, también lo aceptó, pero aseguró que venía en el paquete que tomó a sabiendas que iba a perder.
“Tuve mis cinco minutos de fama, en el espectáculo, la pintura y en la bohemia. Vivía en una burbuja frágil, en una bola de cristal. No tuve los pies bien puestos en el piso. Me perdí. Empezaba las parrandas en el DF y terminaba en Acapulco sin memoria. Un día, cansado, hice un alto, decidí que no valía la pena, que era un papá de larga distancia, me estaba convirtiendo en la ausencia de mis hijos”, dijo en entrevista a esta reportera.
Así, una noche llamó a sus hermanos y les dijo que fueran a su estudio y escogieran lo que quisieran. Al amanecer quemó todo lo que tenía, sólo salvó unas cajas que recordaban sus inicios. Regresó a Juchitán con todo lo que pudo entrar en su carro. Comenzó de nuevo, sin nada, pero con todo a la vez, su familia y su pintura.
“Me uno a la pérdida que embarga a los familiares del gran artista oaxaqueño, Soid Pastrana; mis condolencias a familiares y amigos”, escribió en un breve mensaje en sus redes sociales.
