Raúl es originario de Juchitán de Zaragoza, en el Istmo de Tehuantepec, se dedica al diseño gráfico y desde que salió de la universidad no ha dejado de trabajar en el ramo editorial.
La empresa donde laboraba Raúl fue de las primeras que entró en pánico en marzo, cuando el gobierno anunció el confinamiento, así que en los primeros 15 días lo enviaron a trabajar desde casa y luego le anunciaron el cierre definitivo.

Foto: Roselia Chaca
La primera situación estresante a la que se enfrentó este joven zapoteca fue la negociación de una liquidación justa con la empresa.
Fue de los pocos que lograron salir “bien librados” del recorte laboral, pero el dinero le duró poco, apenas dos meses.
Fue por ello que decidió abandonar el departamento que rentaba en 7 mil pesos al mes, pues no tenía las condiciones económicas para sostenerlo: o comía o pagaba la renta.
Raúl cuenta que él no fue el único que volvió. Dice que la mitad de sus amigos se regresaron a sus estados a pasar la crisis, trabajando en línea, como se desarrollan ahora los empleos.
Después de dos meses, Raúl consiguió trabajo en línea con una nueva empresa, aunque el sueldo es la mitad de lo que antes ganaba. Lo tomó, explica, porque de eso a nada prefiere lo que tiene, y busca alternativas de emprendimiento utilizando las redes sociales.
Aunque fueron los más afectados, no sólo los jóvenes se vieron obligados a retornar. María es una juchiteca de 50 años, jubilada como intendente en una primaria en la Ciudad de México.
Después de vivir por 40 años fuera de Juchitán, decidió regresar ante la crisis actual, pues prefiere ahorrarse los 2 mil pesos que paga por un cuarto en un edificio viejo en Santa María la Ribera.
El ir y venir de la Ciudad de México a Juchitán era constante durante estos tres últimos años, pero en los últimos cinco meses tomó la decisión de regresar de una vez ya que la crisis la sorprendió sin trabajo, pero con lo que ahorra en renta puede sobrevivir en su propia casa.