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Originario de Santa Lucía del Camino, región de los Valles Centrales de Oaxaca, jóvenes, vecinos y conocidos de don Alberto señalan que decidieron adoptarlo “como su abuelito” para ayudarle a que siguiera elaborando sus tradicionales roscas.
Además del horno en el que desde el pasado domingo comenzó a producir las rocas para este 6 de enero, al cual don Alberto le dice “el monstruo”, el semblante de su rostro mientras trabaja preparando la masa llenan el espacio de un calor particular, y sus ojos cuentan una historia de la cual se siente agradecido.

Foto: Edwin Hernández
Obligado desde joven a ser panadero por la necesidad, y tras un viaje a la Ciudad de México para aprender el oficio, don Alberto emprendió su propio negocio. A pesar de que sus panes adquirieron fama en la colonia Nacional de dicho municipio, no era capaz de producir tanto porque trabajaba con hornos de estufa.
Con el paso de los años, don Alberto se ganó el cariño de mucha gente de la comunidad y su reconocimiento por el pan que hornea.
Entre quienes lo acompañan se encuentra Alma Altamirano, una mujer que lo conoció hace ya casi ocho años. Relata que él llegó hasta Santa Cruz Xoxocotlán para vender sus panes en uno de los bazares para mujeres que ella organiza. Desde entonces, lo adoptaron como un miembro más de su familia.

Foto: Edwin Hernández
Hace siete años, don Alberto todavía salía a vender y repartir su pan en bicicleta. Recorría varias colonias, pero ya estaba perdiendo la audición y un día no escuchó el claxon de un auto que terminó por impactarlo. Sus rodillas llevaron casi por completo las consecuencias de ese accidente; esa fue la última vez que pudo salir con su canasta.
La comunidad comenzó también a ayudarlo en la cocina y a hacer cooperaciones para que pudiera comprar una herramienta más apta a su producción, incluso, gente de Estados Unidos llegó a enviar dinero. Así es como adquirió “el monstruo”, el horno industrial que no ha parado de calentar sus piezas de pan.
Ahora con la pandemia, Alma comparte que don Alberto se mantiene en casa, no le permiten salir y entre todos lo cuidan. Algunos vecinos se encargan de ayudarle a descargar los bultos de harina, a desinfectarlos, y a colocarlos en su cocina para que pueda maniobrar el material fácilmente.

Foto: Edwin Hernández
Las ventas de su pan disminuyeron, pero él sigue produciendo. Él se mantiene junto al horno mientras una joven sale a vender, y otros más le ayudan en el proceso. En esta temporada, don Alberto sólo ha horneado 300 roscas, mucho menos de lo que ha producido en otros años, asegura.
A pesar de que algunos ingredientes aumentaron su costo, don Alberto decidió no subir los precios —las que más vende son las de 25 y 50 pesos—, pues desea que en los hogares no falte la tradición de partir la rosca de Reyes, que él mismo prepara.