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Era imposible que Melissa y Lucía no se conocieran en este pequeño territorio zapoteca sembrado de aerogeneradores. Vivían a cuatro calles, no fueron amigas, pero tenían dos cosas en común: eran hijas de ejidatarios e ingenieras.
Decidió no probar suerte en parques eólicos del norte, como sí lo hizo su hermano Fernando. Prefirió esperar una oportunidad en su comunidad. Fernando la recuerda como una hermana ejemplar y una estudiante excelente: “La última vez que hablé con ella fue por videollamada, teníamos planes de irnos de viaje en mi próxima visita a casa, pero vine a sepultarla. Ella se preparó para ser una mujer de bien, sólo iba a pedir trabajo, era inocente y nos la mataron”, comenta a punto de las lágrimas.
“Es la tercera vez que este pueblo llora así. El pueblo parece tranquilo, pero no lo está”, comenta en voz baja mientras se refresca debajo de un árbol de almendra. “Todos los conocíamos” asegura un policía, “era gente trabajadora”, comenta otro guardia municipal. “Iban a pedir trabajo”, coinciden todos en el pueblo. Los habitantes se apresuran a cumplir con el respeto a todos los deudos, la veladora y la limosna. Todos se conocen y a todos les duele la muerte de jóvenes inocentes como Melissa y Lucía.