Las convicciones son más enemigas de la verdad que las mentiras.-Friedrich Nietzsche

Vivimos en la era de la vigilancia sobre el lenguaje. Una época en la que cada palabra puede convertirse en prueba de culpa, en un tuit que explota, en una cancelación súbita. Se nos dice que la corrección política es un acto de empatía, un gesto de respeto hacia las identidades históricamente marginadas. Y sí, en parte lo es. Pero también, y no hay que tener miedo de decirlo, es un campo minado de hipocresías.

Lo políticamente correcto ha dejado de ser una herramienta para combatir la discriminación y se ha vuelto poco a poco en un dogma autoritario. Ya no basta con no ofender: hay que hablar desde una plantilla emocionalmente estéril, con frases vacías que no molesten ni a los fantasmas. El resultado es un discurso domesticado, donde la incomodidad —esa chispa que a veces abre los ojos— es considerada violencia. Se castiga la incorrección, aunque diga una verdad, y se premia la corrección, aunque oculte una mentira.

Un buen ejemplo es el de las corridas de toros. Para algunos, un ritual sangriento que debería estar en el basurero de la historia. Para otros, una expresión cultural con siglos de tradición que no puede reducirse al simplismo de “tortura”. Pero en el clima actual, la sola defensa del toreo te coloca en la hoguera digital, no hay matices.

Lo que antes se discutía con argumentos, hoy se grita con hashtags.

Lo políticamente incorrecto, por otro lado, se ha vuelto una coartada conveniente: hay quienes la usan como escudo para vomitar racismo, misoginia o clasismo, amparados en la consigna de que “es solo una opinión”, como si la libertad de expresión eximiera de toda responsabilidad ética.

Pero la incorrección no es, por sí sola, sinónimo de lucidez. Existe una incorrección que desafía al pensamiento y lo sacude; y otra, mucho más común, que solo busca atención fácil, likes inmediatos y aplausos de los que confunden provocación con profundidad.

Quizá la discusión no sea entre lo correcto y lo incorrecto, sino entre lo valiente y lo cobarde. Entre quienes dicen lo que piensan, aunque les cueste —y están dispuestos a escuchar las críticas— y quienes se esconden detrás de fórmulas prefabricadas para parecer buenos o para parecer duros.

El lenguaje no es inocente, pero tampoco debe ser rehén del miedo.

Nos toca recuperar la posibilidad de hablar con inteligencia, con ironía, con profundidad, sin que eso implique ser inquisidores ni bufones. Porque la corrección política sin pensamiento es solo censura elegante. Y la incorrección sin conciencia es apenas ruido.

DE COLOFÓN.- Nabor Medina, ejecutivo de Banca Afirme, está hoy en prisión preventiva por un fideicomiso creado por el gobierno de Jaime Bonilla para una planta solar que nunca se construyó.

El político que ideó el esquema —exgobernador, luego Senador y aliado de AMLO, hoy cómodo en San Diego— no ha pisado un tribunal, a pesar de la denuncia por presunto peculado de más de 12 mil millones de pesos.

En cambio, Nabor, el banquero que solo operó los fondos, con documentos en regla, enfrenta a la justicia como si fuera criminal.

Justicia a la 4T.

@LuisCardenasMX

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