Como en la mayoría de los casos, ella creyó que quizá se trataba de algún accidente o un retraso, pero con el paso del tiempo la búsqueda se complicó. Al año ocho meses ni siquiera tenían recursos suficientes para seguir.
“Esto es algo muy terrible porque te olvidas de todo, de todos, para mí esta es la prioridad: buscar y encontrar a mis hijos. Luego reflexiono y digo: ‘Estoy buscando a los que no puedo ver y estoy perdiendo a la vez a los que puedo tener cerca’, pero la verdad no sabes qué hacer”, lamenta.
Alejandra González, consultora en acompañamiento sicosocial a víctimas, explica que hay quienes nombran este duelo como una “tortura continuada”, porque los enigmas alrededor de la desaparición provocan afectaciones emocionales muy fuertes en las familias, por ejemplo, sentimientos de culpa.
Algunas de las afectaciones que registran son: trastornos del sueño, de la alimentación, somatizaciones fuertes como las “itis” (inflamaciones), que se convierten en crónicas y graves, como la gastritis, colitis y dermatitis, que no son más que la expresión física de situaciones emocionales no elaboradas e incluso cáncer. “Se deteriora mucho la salud física y en parte tiene que ver con la depresión, porque hay un olvido de sí mismas, que también está asociado a la culpa”.
La pérdida de sueño no es lo más complicado, todos los días ingiere fármacos para controlar su diabetes, su presión y circulación, a esto se suma la cirugía en la que le quitaron la vesícula porque llegó a tal grado de que todo lo que comía le hacía daño, también presenta problemas en su pulmón derecho, “ya no trabaja tan bien, son un montón de achaques, pero la verdad todo eso lo minimizas”.
A nueve años de la desaparición de su hijo, Araceli comenzó a tomar antidepresivos, reconoció por primera vez que vive una crisis de ansiedad que le ha causado gastritis, taquicardia, dolores de cabeza, parálisis faciales e insomnio. “Pasa el tiempo y las lágrimas se van congelando”, dice.
“Se debe entender que una muerte no se busca superarla, sino aceptarla. Nunca volverá a ser lo mismo, con el duelo congelado las personas se quedan en la primera etapa, en shock y enojo, se vuelcan hacia una búsqueda interminable y eso puede provocar daños en su salud, no sólo mental sino a la vez a nivel físico”, detalla.
Ante situaciones de depresión y ansiedad que pueden derivar en el suicidio, Eduardo Calixto, jefe de neurobiología del Instituto Nacional de Psiquiatría Juan Ramón de la Fuente, hizo un llamado a que existan más instituciones dedicadas a personas vulnerables. “Tenemos que contar con más población preparada que atienda y acompañe estos casos”.
Alejandra González afirmó que cuando se trabaja en la resiliencia, los familiares de las víctimas tienen la posibilidad de transformar el dolor en amor y llevarlo a la estrategia, en esto coincide Araceli: “Yo vivía en la oscuridad, tenía mucho coraje y resentimiento, quería venganza, hasta que me entrevisté con uno de los victimarios, me contó un poco de su historia, lo perdoné y a partir de ahí transformé todo ese coraje, enojo y dolor en amor, por eso ahora lucho porque se conozca la verdad histórica de lo que sucedió con mi hijo”.