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Como Manuel y Moisés, cientos de juchitecos radicados en diversas latitudes del país llegaron a esta ciudad zapoteca, algunos, por primera vez después del terremoto. Los visitantes no paran de tomar fotografías de los predios vacíos donde había casas y comercios.
En el centro de la ciudad, el comercio informal se apropió de las avenidas con la venta de juegos pirotécnicos, series de luces, pinos de navidad y nacimientos. “La venta no es muy buena, pero vamos saliendo”, dice Oseas, un vendedor de calcetines.
“Nosotros no vamos a festejar la llegada del Año Nuevo, más bien vamos a reunirnos en familia para agradecerle a Dios que mis padres sobrevivieron; ellos no pudieron salir, se quedaron en el marco de la puerta cuando el techo se desplomó. Vamos a juntarnos en familia para comprometernos a levantar la casa donde nacimos”, dice Manuel López Gallegos.
La noche del 7 de septiembre, recuerda Moisés, despertó con el ruido de su celular, pues sus paisanos que viven en otros estados del país le preguntaban si sabía la magnitud del terremoto.
Chivos, pollos, cerdos, serán parte de la cena de fin de año de las familias que aún observan cómo las pesadas máquinas siguen su labor para derribar las casas colapsadas y ven cómo los camiones tipo volteo retiran los escombros. La promesa del gobierno, de que el 24 de diciembre todos los damnificados cenarían en sus casas reconstruidas no logró cumplirse.