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Así y como cada año el panteón lució iluminado con cientos de velas y adornado con un sinfín de flores de “muerto”, que paradójicamente cada año le dan vida al lugar.
Las familias ataviadas con ropa abrigadora para soportar el sereno compartieron el pan, chocolate e incluso el mezcal, sin olvidar la comida favorita de sus sus difuntos, la cual fue colocada con devoción en las tumbas.
No pudo faltar la música, por lo que a largo del lugar se escuchaban las notas entonadas por bandas y tríos que celebraban la llegada de las ánimas con sus canciones favoritas, las cuales incluso sirvieron de consuelo para quienes la perdida aún cala hondo.
Así trascurrió la noche y la madrugada de este primer día de noviembre en el panteón de Santa María Atzompa, donde la esperanza de convivir una vez más con quienes partieron del mundo terrenal, se ha convertido en una tradición que cautiva incluso a visitantes nacionales y extranjeros.