En la Sierra de Oaxaca nació una mujer cuya sabiduría ancestral cruzaría fronteras y generaciones. Su nombre: María Sabina, curandera mazateca, sabia de los hongos y guardiana de uno de los saberes más antiguos del México indígena.

Hoy, a casi 40 años de su partida, su legado vuelve a iluminar, literalmente, con el descubrimiento de una nueva especie de luciérnaga nombrada en su honor: Photinus mariasabinae.

Este homenaje ocurre en el marco del Día Internacional de las Mujeres Rurales, una fecha que celebra la invaluable contribución de millones de mujeres al cuidado de la tierra, la y los conocimientos tradicionales. Y no hay figura más simbólica que María Sabina para encarnar la conexión entre mujer, territorio y sabiduría.

Foto: Fungi Foundation.
Foto: Fungi Foundation.

Una infancia marcada por la pobreza y la espiritualidad

María Sabina Magdalena García nació el 22 de julio de 1894 en Río Santiago, una pequeña comunidad del municipio de , en la . Desde niña creció inmersa en un entorno de pobreza extrema, pero también rodeada por un rico universo espiritual indígena.

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Huérfana de padre a los tres años, fue criada por sus abuelos maternos, quienes le transmitieron los saberes sobre el campo, las plantas medicinales y los ritos que daban sentido a la vida en comunidad. De acuerdo con datos del libro “María Sabina la sabia de los hongos” de Álvaro Estrada, no hablaba español y nunca aprendió a leer ni escribir, pero hablaba el lenguaje de la montaña, el de los espíritus y las plantas, y sobre todo, el de los “”: los hongos sagrados del pueblo mazateco.

Foto: Café Cultural la Nueva Babel.
Foto: Café Cultural la Nueva Babel.

“Los niños santos”: medicina, canto y conexión con lo divino

María Sabina descubrió el poder de los durante una experiencia que marcó su adolescencia. Al consumirlos, no solo vio visiones: escuchó un lenguaje sagrado, que más tarde emplearía en sus rituales de curación. Estos cantos, en lengua mazateca, no eran simples oraciones: eran poesía oral, plegaria, diagnóstico y medicina al mismo tiempo.

En sus veladas nocturnas, María Sabina invocaba tanto a Jesucristo como a los dioses antiguos de su tierra. Su práctica no era “mágica” ni recreativa, sino profundamente espiritual. Sanaba cuerpos, pero también almas y relaciones rotas. Era, como ella misma dijo, “la mujer espíritu, porque puedo entrar y puedo salir en el reino de la muerte”.

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Foto: Fungi Foundation
Foto: Fungi Foundation

Del anonimato a la fama internacional

La vida de María Sabina dio un giro inesperado en 1955, cuando el etnomusicólogo estadounidense Robert Gordon Wasson llegó a Huautla para investigar el uso ceremonial de los hongos. Gracias a él, su nombre y sus prácticas se difundieron en el mundo entero. Fue reconocida como la primera chamana indígena documentada en realizar ceremonias con Psilocybe mexicana, lo que abrió paso a estudios científicos sobre la psilocibina y su potencial terapéutico.

Sin embargo, este reconocimiento tuvo un costo. La avalancha de extranjeros que llegaron buscando experiencias místicas rompió el equilibrio del pueblo. Fue arrestada, hostigada y su casa fue incendiada. A pesar de su fama, vivió en la pobreza hasta el final de sus días. Pero su generosidad, al compartir un conocimiento reservado durante siglos, permitió que la ciencia y la medicina moderna comenzarán a estudiar los hongos desde una nueva perspectiva.

Foto: Bosque de Chapultepec.
Foto: Bosque de Chapultepec.

Un símbolo del conocimiento rural y femenino

María Sabina no fue académica, ni científica. Fue una mujer rural, indígena, perseguida por su don y admirada por el mundo. Su vida, profundamente ligada a la tierra y al lenguaje oral, nos recuerda que el conocimiento no siempre está en los libros. También se encuentra en las voces antiguas, en la naturaleza, en los rituales y en las mujeres que cuidan de ambos.

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Por ello, que una nueva especie de luciérnaga descubierta en el Bosque de Chapultepec lleve su nombre no es casualidad, sino justicia poética. Photinus mariasabinae es hoy símbolo de la unión entre la ciencia y la tradición, entre la luz bioluminiscente de un insecto y la luz espiritual que María Sabina encendió en su tiempo.

Foto: SEDEMA.
Foto: SEDEMA.

Un legado que sigue iluminando

María Sabina murió en 1985, a los 91 años, dejando un legado tan potente como incomprendido. Fue poeta sin escribir versos, médica sin título, sabia sin templo. Su historia es una muestra de que hay otras formas de conocer, de sanar y de iluminar el mundo.

Hoy, su nombre vive no solo en libros, documentales y canciones, sino también en la ciencia. En las montañas de y ahora también en el corazón de Chapultepec, María Sabina sigue brillando.

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