
De acuerdo con datos oficiales, en la feria participan representantes de 65 municipios de las ocho regiones, de los cuales al menos 50 acuden por primera vez en este tipo de eventos, señala Emilio de Leo Blanco, titular del Instituto para el Fomento y la Protección de las Artesanías.
Acompañado de artistas textiles, artesanos que modelan el latón y el metal, manos expertas que crean vida a partir del barro y hombres y mujeres que se dedican a tallar animales fantásticos en madera, Felipe narra que el arte de tejer el carrizo es un modo de vida que persiste en su comunidad, pese a que poco a poco se ha ido perdiendo y a que cada vez es más difícil conseguir el bejuco que la hace posible.
“Antes toda la comunidad de San Juan San Juan Guelavía se dedicaba a esto, ahora ya somos menos los que seguimos preservándolo para no perderlo”, explica Felipe.
En su caso, Felipe narra que su padre fue quien le heredó el arte que, a su vez, aprendió de su abuelo, por lo que explica que en su familia se trata de un conocimiento que se transmite de generación en generación y que él ya ha transferido a sus propios hijos, quienes aún mantienen el oficio.

Pero mantener vivo un oficio tradicional no es sencillo. Felipe señala que uno de los principales obstáculos es que las personas no siempre logran apreciar el valor de sus objetos tejidos en carrizo, por lo que regatean el precio y no quieren pagar su costo real.
Explica que el tiempo para elaborar cada una de las piezas varía, pero pueden ser hasta dos días desde el momento en que se corta el carrizo, se prepara y se teje, etapa que por sí sola puede extenderse hasta cinco horas; sin embargo, muchos compradores no están dispuestos a pagar por piezas que requieren de dos jornadas de trabajo.

Lo anterior, pese a que como artesanos guardan en la memoria los diferentes modelos y técnicas para trenzar el bejuco, así como los secretos para conseguir tonalidades a partir del ahumado o la aplicación de pintura; finalmente, tras el tejido, la pieza es protegida con laca para aumentar su vida, que puede extenderse hasta 80 años, asegura.
“Todo está en nuestra memoria, hacemos de todo y replicamos lo que el cliente pida”, cuenta.
Según el artesano de 55 años, lo más complicado para conservar este oficio es seguir consiguiendo el carrizo, una especie de caña silvestre que nace a la orilla de ríos y cuerpos de agua y que hace años se extendía prácticamente por todos los valles de Oaxaca, algo que ya no sucede.
“Anteriormente había más y más artesanos lo trabajaban también porque se encontraba. Lamentablemente ahora hay temporadas que lo queman y ya no lo conseguimos”, narra.

Esta es la razón, detalla, por lo que el acceso al carrizo cada vez está más limitado y para conseguirlo tienen que pagar hasta 8 pesos por pieza, misma que debe someterse a distintos procesos para poder trabajarlo.