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Los ejemplares de esta especie llegan a medir hasta un metro y 80 centímetros de largo y se alimentan de lechuga y papaya. La especie verde llega a vivir hasta 40 años y la negra, unos 25, explica Lucas.
Al día comen hasta tres veces y la mayor parte del tiempo permanecen entre los árboles. Sólo de 11 de la mañana a las tres de la tarde deciden bajar y andar por el piso para comer y bañarse de sol, debido a que son de sangre fría.

Este santuario también ha sido el hogar de hasta mil crías, y es en este mes cuando empieza la producción de huevos, para que en junio sea la eclosión. En el caso de la iguana verde, la hembra llega a poner 30 huevos, mientras que la negra pone hasta 60.
“La iguana empieza a producir huevos desde los cuatro años, al momento que pone el huevo yo me dedico a recogerlo y a incubar en un bote dentro de arena húmeda. Cuando cumpla los 90 días ya estoy al pendiente del bebé que está saliendo”, cuenta.

El santuario no recibe recursos públicos y sólo se sostiene con el financiamiento del veterinario y de los 30 pesos de entrada que pagan los visitantes, aunque Lucas reconoce que su sueldo de mil pesos a la semana es bajo, asegura que ahora comparte la devoción de su jefe por las iguanas.

“Para mí es muy bonito cuidar a los animales, porque lo que yo tengo entendido es que desde el principio que Dios creó el mundo, creó a todos los animales también. A mí me tocó cuidar este tipo de animal”, expresa.
El esfuerzo de Lucas es valioso, pues en Oaxaca no existe ninguna medida gubernamental de conservación para las iguanas, por lo que las iniciativas particulares se enfrentan al reto del financiamiento. Según el biólogo Héctor Aguilar Reyes, se estima que en la entidad existe una decena de criaderos, la mayoría en situación marginal.
