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“Yo no nací sordo, era oyente, pero a los tres años me enfermé, entonces me inyectan y mis oídos reventaron, sangré de la nariz, de la boca, de los oídos. Me asusté y desde ahí perdí la audición, no escuchaba el sonido”, narra.
Desde entonces, José no sólo dejó de comunicarse oralmente con su familia, sino se enfrentó a una sociedad que le exigía que hablara aunque no podía hacerlo.

“Yo veía a mi familia y me decían ‘habla’, pero yo no puedo hablar, no me salía la voz, no entendía, ellos no sabían usar las manos, no había comunicación. Perdí mucho tiempo por ser el único sordo”, recuerda.
Aunque José fue llevado a la escuela en la capital de Oaxaca, tampoco entendía a su profesora ni a sus compañeros, y al mismo tiempo su familia mantenía la exigencia de que hablara.
Con el fin de que José se expresara a través de la voz, un hermano soldado se lo llevó a estudiar a una institución en la Ciudad de México, donde incluso era golpeado si intentaba comunicarse con señas.
“Me fui a México a una escuela, pero tampoco me dejaron usar la lengua de señas, me obligaban a oralizar, y bueno, me tuve que aguantar y tuve que oralizar. No me dejaban usar las manos, no me gustaba, y mi hermano me decía: ‘Tienes que hablar’”.
El ahora profesor pasó su niñez, adolescencia y parte de su juventud en un profundo silencio, sin comprender ni poder comunicarse, hasta que conoció al amigo de su hermano, también soldado, quien lo llevó a una iglesia católica y a un instituto para sordos en la capital del país, donde descubrió y aprendió la lengua de señas.

“Empecé a conocer otros sordos, empecé a aprender, aprender cada vez más, y a guardar información, entonces me fui al Instituto de Sordos y ahí hice un taller de artes; aprendí el español, la lengua de señas, tuve un certificado”, expresa visiblemente alegre.
José dice que aunque tuvo oportunidades de trabajo en la Ciudad de México, a los 25 años decidió regresar a su tierra para compartir su conocimiento a más personas con discapacidad auditiva, pues es algo a lo que no tenían acceso.
“En Oaxaca no había lengua de señas, entonces yo llegué a México a aprender, aprendí lo más que pude porque quería compartir. Yo no quería que Oaxaca se quedara igual, por eso me vine y dije: ¡Yo quiero que ellos aprendan!”.
A su llegada, José conformó una asociación civil de sordos y fue gracias a ella que en 1986 fue contratado por el Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO).
Al principio, fue profesor de educación básica y actualmente es el único instructor de la lengua de señas en educación especial, donde enseña a docentes a fin de que ellos puedan comunicarse con alumnos que tengan sordera.

Por todo lo que él vivió, José afirma que su principal objetivo es que quienes no escuchan ni pueden hablar logren comunicarse a través de las señas y obtengan mejores oportunidades de vida. Es por esa razón también que lamenta que el gobierno de Oaxaca no ponga atención a este sector, ni invierta en proyectos para su beneficio.
Precisamente, por esta realidad José dice que desde 1992, en el sexenio del entonces gobernador Diódoro Carrasco Altamirano, ha solicitado el apoyo del gobierno estatal para la creación de un instituto para sordos; sin embargo, 26 años después, su petición sigue sin ser atendida.
“Todos los sordos sufren, yo sufrí por muchos años, no hay apoyo. Yo me siento triste y veo todo lo que está pasando, ¿y qué van hacer cuando sean adultos?, que no van a conseguir buenos trabajos, que no tienen documentos, que certifiquen que terminaron la escuela”, concluye con semblante serio.