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Los recuerdos de Clara se desvanecen a medida que pasa el tiempo. “Tenía como cinco años”, señala mientras intenta hacer memoria. “A esa edad, la mayoría de los niños y niñas no pueden distinguir si las muestras de afecto realmente lo son; hay adultos que se aprovechan de esa inocencia”, afirma.
Hoy tiene 27 años y habla muy poco del tema, ya que tuvo que “aprender a vivir” con el fantasma borroso de una niñez dolorosa. Clara recuerda que todo inició como un juego: dulces a cambio de caricias, que después se convirtieron en amenazas para que guardara silencio y continuara con su vida “normal”.
Lo que ella más temía era perder el amor de sus padres si hablaba de lo ocurrido, pues su agresor le hacía creer que lo que estaba haciendo “era su culpa”; era una forma de someterla.
El caso de Clara no se denunció. Ella asevera que tras manifestar lo que sucedía, visitó médicos y psicólogos, quienes a través de diversas terapias le ayudaron a dejar de sentirse culpable y angustiada, aunque los recuerdos “siempre estarán ahí”, dice.
Otro de los factores que inhibe las acusaciones son los procesos legales tediosos que hay que enfrentar. En la entidad se registran más casos en la región de los Valles Centrales, puntualmente en la capital del estado.
Además, la asociación ha recibido con mayor frecuencia a víctimas de poblaciones de la Mixteca, como Tlaxiaco, así como de la Sierra Mixe.
Clara vivió su niñez dentro de la estadística. Mientras frota sus manos, nerviosa, confiesa que fue difícil hablar sobre el tema con sus padres, quienes por su edad, al principio se rehusaron a creer en lo que ella decía, sobre todo porque quien la agredía es parte de su familia.
Sin apoyo de sus padres, dejó de jugar y de vivir su infancia. Recuerda siempre haberse sentido con miedo y angustia por lo que le sucedía. Transcurrieron los meses y tras sus cambios de conducta, sus padres finalmente dieron crédito a lo que aseguraba.
“La violencia que emplean las personas que cometen abuso sexual es psicológica. Los convencen, les dicen que es un juego, que son formas de caricia y no generan lesiones físicas como tal, aunque se considera abuso sexual”, acota Sánchez Pacheco.
“La violencia sexual no respeta estatus socioeconómico o educativo. Las personas con mayor capacidad económica se cierran mucho más a la denuncia, por temor a que la información salga a la luz pública, pero esto no quiere decir que ocurran menos”, agrega la especialista.
Este delito, sostiene la activista, se comete ante la inacción de las autoridades para implementar acciones preventivas. Si bien, se han realizado algunos programas, éstos han sido momentáneos y aislados, sin que exista una secuencia.
En 25 años, Capta ha brindado asesoría a dependencias gubernamentales para capacitarlos en un programa continuo que consiste en talleres y la implementación de un modelo de prevención del abuso que brinda información clave para detectar y prevenir el abuso sexual infantil. Pese a ello, el camino aún es largo.